📽️ "Mi encuentro conmigo" y la herida que no se ve.

La película The Kid (conocida en Latinoamérica como Mi encuentro conmigo) puede parecer a simple vista una historia de fantasía, de viajes en el tiempo, de una versión adulta que se encuentra con su yo niño. Pero en realidad, es una película profundamente emocional, que nos habla de una herida que muchas personas arrastran sin saberlo: la violencia emocional heredada desde el miedo.

El niño que deja de jugar porque aprender a sobrevivir

En la película, conocemos a Rusty, un hombre adulto, exitoso pero emocionalmente seco, crítico y controlador. A lo largo de la historia, descubrimos que su forma de ser tiene raíces muy profundas en la infancia. Su yo niño aparece en su vida para mostrarle todo aquello que ha olvidado, negado o enterrado para poder crecer.

Una de las escenas más duras es cuando vemos a su padre: un hombre que, desde su propio miedo a la pérdida, desde su dolor por ver enferma a su esposa, ejerce violencia y agresión sobre su hijo. No lo hace porque sea malvado, sino porque no sabe manejar su dolor. Lo canaliza en forma de rigidez, exigencia y maltrato emocional. Le grita, lo culpa, lo hace sentir pequeño.

Y Rusty, el niño, crece creyendo que algo en él está mal. Que ser sensible es un problema. Que lo mejor es dejar de sentir, controlar todo y no mostrar debilidad. Esa violencia no solo le afecta en la infancia: la lleva consigo como adulto, repitiéndola una y otra vez, pero ahora hacia sí mismo.

Repetir lo aprendido: la agresión interna

Rusty ya no tiene a su padre a un lado, pero lo sigue escuchando dentro. Lo critica, lo presiona, lo juzga. Ya no necesita que su papá lo violente, porque él mismo lo hace consigo. Esa es la trampa de muchas infancias marcadas por la agresión: el agresor externo se vuelve una voz interna que no se calla.

Esto es tan común que a veces ni siquiera lo notamos. Nos decimos cosas como:

  • "No deberías sentir esto"

  • "Otra vez estás siendo ridícul@"

  • "Deberías poder con todo"

Y sin darnos cuenta, nos volvemos nuestro propio padre exigente, ausente o violento.

Ver al niño, sanar al adulto

Lo más bello de la película es que Rusty no cambia a fuerza de voluntad o de éxito. Cambia porque se encuentra con su versión niña, la escucha, la acompaña y la valida. Y en ese proceso, se permite llorar, abrirse, ablandarse. Ya no necesita fingir que todo está bien. Ya no necesita vivir bajo la mirada de un padre que solo supo amar desde el miedo.

Y eso es lo que muchas personas necesitamos hacer: volver a ver a ese niñ@ interior que sigue esperando una caricia, una palabra amable, una mirada que diga: "no eras tú, era el miedo de los grandes".

Hoy como adultos nos toca sanar esas heridas, es parte de nuestro amor propio.

Porque la violencia no solo se hereda, también se puede frenar

Si esta película te conmueve, si te ves reflejad@ en esa forma dura con la que a veces te hablas, si reconoces esa historia donde un adulto con miedo se volvió injusto con un niño que solo necesitaba amor, éste puede ser un buen momento para comenzar un proceso de sanación.

No para culpar. Sino para comprender. No para quedarnos en el dolor, sino para transformarlo.
Tú no eres tu padre. Tú puedes tratarte distinto. Tú puedes hacerlo diferente.

Y si quieres acompañamiento en ese camino, estoy aquí para ti. No como quien tiene las respuestas, sino como quien sabe lo difícil que es volver a mirar hacia adentro... y elegir sanar.

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El amor propio no es un lujo, es una necesidad cotidiana.